Bancos de plaza
Los bancos de plaza me parecen lugares con tantas anécdotas como los abuelos solitarios. Esas personas mayores que - por cosas de la vida - no tienen con quien conversar y terminan contándole a algún extraño en la verdulería cómo fue que pasó de ser gerente de un banco a cobrar una miseria de jubilación.
Ya sabes qué de hablo, los bancos azules que están en la mayoría de las plazas o paseos, al menos en los de acá. Están echos de plásticos reciclados o al menos eso te dicen. Tal vez sólo te venden el cuento para que recicles tapitas que al final no llegan a ningún lugar.
Dichos bancos son testigos de muchas primeras veces. Muy posiblemente diste tu primer beso ahí, cortaste con tu primer noviecito y fumaste tu primer cigarro, o al menos diste tu primera pitada. A esos bancos vas un viernes a las 3 de la mañana a tomar una birra con un amigo, mientras charlas de que pasa después de la vida, o algo por el estilo. Los más valientes van hasta en invierno y los más caraduras se llevan alguna que otra frazada.
Cuando llueve me da pena pensar que ese día en ese banco nadie va a dar su primer beso, ni cortar con su primer novio, ni fumar su primer cigarro. Si llueve tendrán que buscar otro lugar donde refugiarse o en su defecto retrasar el suceso.
Tal vez cuando sea más grande al mirarlos ya no recuerde mi primer beso ni mi primer pelea ni primer cigarro. Tal vez en unos años los mire y me recuerde cuando llevaba a mi (futuro) sobrino a jugar y me dará nostalgia de que ahora sea adolescente y ya no le parezca divertido ir a la plaza con su tía.
Muy probablemente, en unos largos años más, me causarán aún más nostalgia porque me recordarán de cuando podía sentarme sin que la cintura me duela. Y en vez de acordarme de mi primer beso, mi primera ruptura o mi primer cigarro voy a estar pensando por qué mierda los bancos están tan cerca del piso y me voy a indignar de que el plástico sea tan duro.