La gente que aguanta
A ocho años de la desaparición de Daniel Solano
Por Aitiana Melina Tebes
En el boulevard de la avenida San Martín de Choele Choele hay personas que acampan hace ocho años en busca de justicia. Justo al frente del Juzgado Penal de esa localidad se encuentra El Acampe.
Como bien puede prevenirse debido a su nombre, El Acampe cuenta con dos carpas que lo caracterizan. En una de ellas se encuentra una especie de cocina, que se fue armando de forma improvisada una vez que Gualberto Solano decidió que se quedaría allí, en ese lugar, esperando -anhelando- que se haga justicia por su hijo.
¿Qué es El Acampe? Es un campamento que se estableció de forma permanente como modo de protesta por la desaparición y muerte de Daniel Solano. En el resaltan las pancartas que exigen justicia y que repudian la impunidad.
Daniel Solano era un trabajador golondrina, nombre que se le otorga a trabajadoras y trabajadores agrarios temporarios que llegan de otras regiones. Actualmente el flujo mayoritario proviene de provincias del norte como Salta, Jujuy y Tucumán.
Según una investigación realizada por la Secretaría de Extensión de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue, de 15.000 a 20.000 trabajadores golondrinas son los que llegan a las provincias de Río Negro y Neuquén en la época de mayor cosecha.
El 5 de noviembre de 2011 fue el último día que se vio con vida al joven salteño Daniel Solano. Él trabajaba para la empresa Agrocosecha, de la localidad de Lamarque, una empresa que terceriza trabajadores para la multinacional belga ExpoFrut.
Fue en el local bailable Macuba, ubicado a pocas cuadras del canal de Choele Choel, donde se lo vio por última vez. Lo acompañaban policías. Su cuerpo nunca se encontró.
Por el caso de Daniel siete policías rionegrinos fueron condenados a cadena perpetua pero siguen libres, otros tres más van camino a juicio. Sus nombres son Sandro Berthe, Pablo Bender, Héctor Martínez, Juan Barrera, Pablo Albarrán Cárcamo, Pablo Quidel, Diego Cuello, Walter Etchegaray, Cristian Toledo y Ceferino Sebastián Muñoz. A ocho años de su desaparición la justicia se hace esperar.
En ese pequeño lugar en frente al Poder Judicial, son decenas de personas las que se reúnen en diferentes ocasiones para acompañar la causa. Durante muchos años bajo el ala de Gualberto, quien peleó hasta el último día de su vida por encontrar a su hijo, pero ahora solas; Gualberto falleció el año pasado.
Entre las personas que se encuentran allí hay amas de casa, ex trabajadores de la empresa Agrocosecha, jóvenes, niños. Algunos, muy pocos, están desde el principio, otros se fueron sumando en el -extenso- camino.
Marcela Torres es una de esas personas. Ella nació en General Conesa. Llegó a Choele Choele debido a la búsqueda de trabajo de su familia.
“Yo sé lo que es ir y venir en busca de algo”
Su familia se arraigó en Luis Beltrán cuando ella tenía 10 años. Su padre trabajo muchos años en Expofruit. Ella se involucró con el caso tiempo después de lo sucedido. Cuando oyó lo que había pasado en el boliche Macuba en primer lugar pensó “alguna cagada se mandó ahí adentro como para que lo hayan sacado”. Su pensamiento se construyó junto al discurso de los medios, que insistían en que lo habían sacado porque estaba en estado de ebriedad.
Su mirada cambió cuando conoció a Gualberto y pensó que ese papá podría ser el suyo, o que podían ser ellos quienes buscaran a algún ser querido. Cuando llegó el padre de Daniel, ella asistió a la primera marcha y de allí comenzó a empatizar fuerte con la causa.
Ella de pequeña iba a la escuela pensando en que quería ser policía, pero con el tiempo cambiaron muchas cosas, afirma Marcela. Quien la acompaña incondicionalmente y también es partícipe permanente de El Acampe es su hija Camila de 17 años.
Camila lleva el pelo por los hombros, tiene unos mechones rubios, un séptum en la nariz y lentes redondos. Toca el ukelele y va de acá para allá con su amiga, que a pesar de que tiene su misma edad se ve muchos más pequeña.
La adolescente irradia madurez y cuando habla del caso lo hace con gran seriedad. Ella le ha reclamado en diferentes ocasiones a los directivos de su escuela que se hable de Daniel y de la violencia que viven los trabajadores agrícolas que residen en la localidad, pero no obtuvo nunca una respuesta.
-¿La gente de tu edad qué piensa sobre el tema?
-Todo el tiempo dicen cosas feas como “estos negros que van al acampe” o “no importa, si no era de acá, no importa si desapareció o no”. Nunca preguntan al respecto, nunca dicen algo bueno.
-¿La mayoría tiene conocimiento sobre el tema?
-La mayoría lo que sabe es por sus padres, que les dicen que Daniel desapareció porque estaba en el boliche de joda, lo sacaron y no lo volvieron a ver. Es lo básico, no lo profundo ni lo que es real. No hay una información concreta, es lo que se dice por arriba”.
A pesar de los insultos que ha recibido por ser parte de ese pequeño grupo de la comunidad que sigue manifestándose, ella valora mucho la comunidad que se ha creado:
“Aprendí muchas cosas, muchos valores, acá armamos una familia”
Andrea Alán también participa del acampe. Tomó contacto con el caso a raíz de su hermana, que vivía en Choel Choel mientras ella residía en Fiske Menuco/General Roca. Fue a las primeras marchas, en las cuales se concentraba una multitud de gente. Luego ella se fue a vivir a su pueblo de origen, Valcheta. Desde ahí organizó algunas actividades junto a Gualberto y Sergio Heredia, abogado de la causa.
Tiempo después se fue a vivir a Choele junto a su hija, las únicas personas que conocía del lugar eran su hermana y los dos hombres. Ella y Marcela se hicieron parte, para seguir sosteniendo la lucha de Gualberto y sus hijas. “El cuidado y el cariño fueron mutuos” afirma Andrea y cuenta — con cierta nostalgia- que mientras trabajaba debía dejar a su pequeña hija en la guardería pero Gualberto muchas veces se encargaba de cuidarla. “Ese es el tipo de vínculo que teníamos”, le gusta recordar.
Su acción en El Acampe comenzó en el 2014, pero desde el 2011 que acompañaba desde la distancia. Siempre el trabajo rondó entre 4 y 5 personas. La muerte de Gualberto fue para ellos muy repentina.
“Ese día él me llamó para contarme que se iba a Salta porque no se sentía muy bien. Le pregunté cuándo volvía y me dijo en broma: Yo no vuelvo más”
Gualberto no volvió. Falleció días después en la capital salteña, luego de que lo operaran de urgencia por una hernia en el estómago.
“Seguimos convencidos de que la lucha tiene que continuar. Esto no termina por una condena. Esta causa va a tener un cierre cuando encontremos a Daniel, mientras tanto, nosotros vamos a seguir acá.”
“Detrás de cada uno hay una familia que nos ha bancado siempre” dice Andrea. Es que cuando se liberaron a tres de los policías condenados que cumplían la prisión preventiva, ella tomó la decisión de mandar a su hija a Valcheta con sus abuelos. Repite en reiteradas ocasiones que agradece lo mucho que han hecho por ella.
El padre Bonin
Una persona polémica de la localidad es el párroco de la iglesia, Cristian Bonin. A primera impresión uno no piensa que es un cura porque no lo relaciona con la imagen tradicional de un párroco. Lleva el pelo largo, atado con un rodete y suele estar acompañado por su guitarra. Tiene ojos celestes y usa barba. Detrás de esa imagen de padre bohemio hay una persona que se ha involucrado con distintas causas relacionadas a la búsqueda de justicia y que se ha hecho partícipe principal del caso de Daniel Solano.
Cuando Gualberto llegó de Salta, Cristian le ofreció asilo. El padre de Daniel vivió mucho tiempo en esa Iglesia. El párroco cuenta que empezó a tener dimensión del caso una vez que Sergio Heredia y Aparicio — ambos abogados del caso- llegaron a la localidad desde Salta. A medida que fue pasando el tiempo se fue agrandado su asombro en orden a la gravedad del caso.
Una vez que tuvo contacto con Gualberto y su familia, procuró acompañar desde las necesidades que ellos iban planteando. “Construir respuestas desde el lugar de la víctima, del lugar de los afectados”.
Respecto a su relación con las otras personas que se involucraron voluntariamente en el caso, él dice:
“Todos tenemos posición frente a la realidad, ideológicamente hay posturas hasta antagónicas en algunas cuestiones pero eso no quiebra la capacidad de co-fraternizar”.
La iglesia que albergó a Gualberto estuvo custodiada por gendarmería en repetidas ocasiones debido a amenazas. Cristian no lo hubiera querido así. “Acá todos compartimos la misma mesa. No me había tocado nunca vivir algo así, siempre construí pero encerrado en el tupper de la iglesia”.
¿Dónde está Daniel Solano?
Hace ocho años salía en las noticias que un joven borracho fue sacado de un local bailable y luego simplemente desapreció. Al día de hoy, se sabe mucho más. Se sabe que las empresas que contratan trabajadores como Daniel los estafan, vulneran sus derechos y los desaparecen. Se juntaron pruebas, se abrieron investigaciones y se condenaron personas. Sin embargo, sigue sin cumplirse la prisión efectiva. Es por eso que estas personas siguen, resisten, marchan, protestan, hablan, cantan, realizan festivales, llaman a la prensa. Para que el nombre de Daniel no sea olvidado, para que la justicia actúe como debiera actuar. Es gracias a estas personas — entre otras- que el campamento hoy sigue de pie. Se sigue reclamando por la aparición del cuerpo de Daniel Solano, para que se haga justicia por él y para que se cumpla el último deseo de un hombre que dejó todo atrás para encontrar a su hijo.